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de la cercana fábrica, que se respiraba siempre que abría la ventana. No, no estaba
soñando, y, sin embargo, la voz era tan real que quiso responderle.
- Sí, April, mañana te llamaré por la mañana. Podemos ir otra vez a bailar.
Extrañamente, la loba pareció escucharle.
- Te necesito, Barbee - respondió la voz -, tenemos que hacer un trabajo juntos, y no
admite demora. Ven. Date prisa. Voy a enseñarte cómo se cambia de piel.
- ¿Cambiar? Yo no quiero cambiar.
- No discutas... Me parece que tienes en tu poder el alfiler de jade que perdí.
- Sí, lo tengo - murmuró Barbee -. Lo encontré en el gato muerto.
- Bien; cógelo.
Embotado, sonámbulo, a tientas, Barbee medio soñó que se levantaba y que, al llegar
a la cómoda, buscaba en el cajón el alfiler de jade. Se preguntó oscuramente cómo sabía
que él tenía el alfiler. Lo encontró y se lo llevó a la cama, dejándose caer en ella
pesadamente.
- Escúchame bien, Will - la voz que le hablaba vibraba a través del vacío negro que les
separaba -. Escúchame, voy a decirte lo que tienes que hacer. Tienes que cambiar como
yo. A ti te será más fácil, Will. Puedes correr como un lobo, seguir una pista como un lobo,
seguir como un lobo. - Ahora parecía estar más próxima en la brumosa oscuridad -.
Déjate llevar. Yo te ayudaré, Will. Will, eres un lobo, tu modelo es el alfiler de jade que
tienes en la mano. Vamos, deja que tu cuerpo caiga detrás de ti... Déjalo flotar.
Vagamente, se preguntó cómo mediante el control mental de la probabilidad se podía
metamorfosear un hombre en lobo, como ella decía, pero tenía la mente demasiado
embotada y demasiado lenta para pensar en ello. Apretó el alfiler, esforzándose por
obedecer, aunque sin saber cómo. Sintió una extraña y dolorosa corriente que le
atravesaba el cuerpo. Era como si el cuerpo se le retorciera en una postura jamás
adoptada hasta entonces, como sí empezaran a funcionarle músculos que hasta entonces
nunca hubiera usado. De pronto, un dolor repentino le arrojó a las tinieblas.
- Continúa, inténtalo de nuevo - la voz atravesaba las tinieblas que le envolvían -. Si
abandonas ahora que estás a la mitad de la metamorfosis y sólo has cambiado a medias,
puedes morir. Sigue adelante, Will, déjame ayudarte hasta que hayas pasado al otro lado
y seas libre. Déjate llevar y sigue el modelo. Deja que tu cuerpo se transforme. Así, así...
Ya flotas...
Y de repente, se sintió libre.
Las pesadas cadenas que había soportado desde que estaba en el mundo cayeron
rotas de golpe. Saltó de la cama. Durante un instante, respiró los nauseabundos olores
del pequeño apartamento: el intenso olor a whisky que se desprendía del vaso vacío, el
olor a jabón del cuarto de baño, el olor a sudor de la ropa sucia. Sintió que era aquél un
lugar demasiado cerrado. Necesitaba aire fresco.
Saltó hacia la ventana, arañó impacientemente en la falleba de la contraventana. Al fin
se abrió y se dejó caer sobre el suelo húmedo y duro del descuidado jardincillo de la Sra.
Sadowsky, y luego llegó a la calle que olía a aceite quemado, a goma caliente. Enderezó
las orejas para captar la llamada de la loba blanca y se lanzó calle abajo al galope.
¡Libre, al fin libre!
Por fin ya no era prisionero de ese cuerpo bípedo y lento, torpe e insensible. Su antigua
forma humana le parecía totalmente extraña, incluso monstruosa. Más valían, desde
luego, cuatro patas ágiles que dos pies torpes. El velo que le embotaba los sentidos
acababa de levantarse.
¡Libre, ágil, fuerte!
- Estoy aquí, Barbee - gritaba la voz a través de la dormida ciudad -, aquí en el campus.
Por favor, date prisa.
Oyó la voz y se dirigía ya hacia el campus, cuando un impulso perverso le hizo regresar
al Comercial Street y lanzarse hacia la estación y el campo que se extendía detrás.
Necesitaba evitar las humaredas químicas de la fábricas, que cubrían la ciudad como una
mortaja. También hubiera deseado explorar los limites de esa nueva existencia y del
poder que ahora era suyo antes de abordar de frente a la loba blanca y esbelta. Galopó a
su gusto por un barrio silencioso de almacenes de mercancías. Hizo un alto para husmear
los embriagantes perfumes de especias y café que flotaban en el ambiente. Tropezó con
un policía adormilado al doblar una esquina y se lanzó como una flecha por una oscura
callejuela adyacente. Sin duda alguna, el agente aprovecharía encantado la ocasión de
utilizar su arma sobre un lobo gris y sin bozal.
Pero el policía se contentó con bostezar, siguió mirando al frente, tiró una colilla
asquerosa y continuó la ronda arrastrando los pies. Barbee volvió a pasar delante de él,
pero el otro pareció no verle. Entonces abandonó la calle de los mil olores, feliz, sin saber
exactamente por qué.
Atravesó la estación, pasó ante una locomotora que olía muy mal, corrió a lo largo de la
calzada, detrás de la vía, a fin de huir del vapor, de las cenizas, del metal blanco. Saltó a
la cuneta y sintió la tierra vegetal, húmeda y fría bajo sus patas flexibles.
- Barbee, Barbee, ¿por qué no llegas?
Oyó la llamada de la loba, pero todavía no estaba dispuesto a contestar. La noche era
fresca y la salobre brisa otoñal le limpiaba de todos los olores de los automóviles.
April le volvió a llamar. Él no contestó.
Le inundaba una clara y vibrante alegría. Un gozo que jamás había sentido. Levantó el
hocico hacia la media luna que ascendía en el cielo y lanzó un aullido de puro placer. En
algún sitio, tras un grupo de árboles negros, un perro empezó a ladrar frenéticamente. El
lobo respiró el aire frío de la noche y percibió el fétido olor de su enemigo hereditario,
lejano pero perfectamente identificable. Se le erizó el pelo. Él le enseñaría a no ladrar en
su camino. Pero la voz de la loba volvió a hacerse oír:
- No pierdas el tiempo con un perro de lujo, Barbee. Tenemos enemigos más
peligrosos esta noche. Te espero en el campus. ¡Te necesito, Barbee, pronto!
De mala gana, desanduvo el camino. El mundo de la noche seguía su curso. Los
furiosos ladridos del perro fueron quedando atrás, cada vez más lejanos. Pronto pasaría
por delante de The Arms of Troy, como Preston había tenido el valor de bautizar su
residencia, situada al suroeste de Clarendon, sobre las colinas que dominaban el valle
donde había instalado sus fábricas. La residencia estaba oscura a excepción de una
linterna que se movía en la caballeriza, donde tal vez un criado curaba a un caballo
enfermo.
En ese momento, April Bell le imploró:
- ¡Barbee, date prisa!
Y él volvió a galopar hacia la horrible ciudad, pestilente, alocada, hacia el metal en
movimiento y el ruido. Un poco más tarde sintió en el viento el olor de la loba, limpio y
claro, tan cargado de perfumes como un bosque de abetos. Le desapareció todo
resentimiento y redobló el ardor de su carrera a lo largo de las calles vacías que le
llevaban al campus.
En algún sitio, entre las casas oscuras, un perro ladró alarmado, pero no le hizo caso.
El olor le guiaba y ella avanzaba hacia él a través de la hierba fresca y perfumada. En sus
grandes ojos verdes, brillaba una luz de bienvenida. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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