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le había hablado de que no podía mantener las manos
lejos de otras mujeres cuando creía que nadie iba a verle. Aunque nunca le habían sorprendido en
adulterio, le habían acusado varias veces. Hasta el momento la ceremonia en que Wuwufa buscaba la
culpa no había logrado que Jabubi confesara y, al parecer, tampoco había logrado asustarle lo bastante
como para que se portase bien.
Ras estaba encantado. Si Jabubi estaba aquí, eso quería decir que su hija tenía un vigilante menos. El
único problema era que los dos estaban yendo hacia el poste detrás del que se ocultaba él. Tendría que
salir de ahí y rápido, antes de que llegaran. Su piel blanca hacía que resultara fácil verle, por lo que
debería escabullirse sin hacer ningún ruido que pudiera atraer sus miradas hacia él. Se puso a cuatro
patas y, manteniendo el poste central entre ellos dos y su cuerpo, empezó a reptar hacia atrás. Cuando
sus pies tocaron otro poste se dio la vuelta para rodearlo, y en ese mismo instante Seliza y Jabubi
rebasaron el poste central. Ras no intentó seguir moviéndose, durante un segundo se quedó totalmente
quieto, y después se fue dejando resbalar lentamente hacia el suelo hasta quedar pegado a él.
Seliza y Jabubi estaban abrazados y respiraban con tal fuerza, dándose tales besos entre risitas y
gemidos, que Ras se preguntó si se habrían vuelto locos, y un instante después supo que así era,
naturalmente.
De repente Seliza lanzó un gruñido y dijo algo. Jabubi le respondió en un murmullo y Seliza le contestó
con otro. Se pusieron a cuatro patas y empezaron a reptar directamente hacia él. Ras sabía que aún no le
habían visto. Si hubieran pensado que había otra persona bajo la casa habrían huido inmediatamente
haciendo mucho ruido, creyendo que era un fantasma. Debían haber cambiado de sitio porque Seliza se
había quejado de que el suelo era demasiado desigual o porque alguna piedra se le estaba clavando en la
espalda. Fuera cual fuese la razón, apenas si habían recorrido un metro cuando se detuvieron. Y
entonces Ras tragó su primera bocanada de aire desde que los dos se habían separado y habían
empezado a reptar hacia él sobre manos y rodillas. .
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Ahora ya nadie se interponía en el camino de Ras; no creía que ninguno de los dos estuviera lo bastante
atento para verle si iba por entre las chozas siguiendo el camino más largo hasta la casa de Wilida. El
bulto de dos espaldas medio oculto en las sombras, ese bulto que eran Jabubi y Seliza, el aliento
jadeante que brotaba de las fosas nasales contorsionadas, los ruidos de succión, tragar saliva y carne
chocando contra carne nocturna, las risitas y los gemidos que brotaban de la punta de la columna
vertebral e iban subiendo hasta salir medio ahogados de entre los labios..., todo eso había excitado
a Ras de tal forma que su pene se había erguido y latía sordamente. Pero en vez de correr hacia Wilida,
su pene, igual que la nariz de un leopardo hambriento se vuelve hacia un antílope, pareció hacerle girar
hacia Seliza, y una vez orientado en tal dirección se vio arrastrado hacia ella, aunque aquel sentimiento
que le invadía era tan repentino y potente que quizá sería mejor decir que se vio llevado por los aires y
no arrastrado.
Fue deslizándose hasta quedar detrás de Jabubi, que ahora estaba apoyado en las rodillas, a punto de
inclinarse sobre Seliza, y Ras apenas si pudo contener un sollozo de puro éxtasis. Seliza había levantado
las piernas para pasarlas sobre los hombros de Jabubi.
Ras le golpeó en la nuca con la empuñadura de su cuchillo. Jabubi gruñó y empezó a desplomarse hacia
adelante; Ras le apartó a un lado de un empujón y montó sobre Seliza, poniéndole una mano encima de
la boca antes de que ella pudiera gritar. Seliza temblaba igual que un torrente de fango un segundo antes
de caer por el acantilado, y tenía los ojos tan abiertos que Ras pudo distinguir el blanco de éstos incluso
en la oscuridad de aquel lugar. Pero Seliza no intentó luchar o huir. De repente el blanco de sus ojos
desapareció. Había cerrado los párpados. Su cuerpo pareció encogerse sobre sí mismo, convirtiéndose
en un fláccido montón de carne.
Se había desmayado.
Ras logró controlarse el tiempo suficiente para asegurarse de que Jabubi seguía inconsciente. Jabubi
estaba tendido sobre su flanco derecho, la boca abierta y respirando profundamente. Un instante
después Ras ya estaba sobre Seliza, y en unas pocas embestidas tuvo un orgasmo.
Era el primero de su vida, la culminación final de tantos instantes en los que casi había llegado a
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