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El pueblo, inculto ahora, reunido en Fincas para la protección de peligros reales o
imaginarios, no sabía nada de los vuelos espaciales ni de la historia antigua. Como Sime,
no querían hablar de tales temas.
Tal vez tuviese más suerte en una gran Finca como Bar-Ponderone. Rath-Gallion era
una posesión más pequeña y sus moradores más incultos.
De pronto apareció Gope con Cagu y otros dos guardaespaldas, cuatro bailarinas y una
enorme cesta llena de regalos. Se acomodaron y el chofer puso en marcha el motor y
lanzó el coche hacia la carretera.
Íbamos ahora a cincuenta millas por hora, por una carretera que rodeaba una montaña.
Yo iba delante, junto al chofer, tocando de vez en cuando el clarinete y contemplando el
camino con el rabillo del ojo. El chofer era excesivamente nervioso y la velocidad le
asustaba. No era culpa suya: Gope insistía en correr al máximo. A mí me gustaba el
mecanismo de autoconducción. Al menos, no había peligro de ir a estrellarse contra una
ladera o caer por un acantilado.
Doblamos una curva, con las ruedas rechinando, y entonces divisé otro coche
atravesado en la carretera, un cuarto de milla al frente. El chofer aplicó los frenos.
 ¡Bandidos! ¡No te detengas, adelante!  aulló Gope.
 ¡Pero... pero..., Amo!  tartamudeó el chofer.
 ¡Arrolla a los bandidos, pero no te detengas!  rugió Gope.
Las chicas de atrás chillaron, estremecidas. Los guardaespaldas hicieron sonar una
sirena. El chofer estaba muerto dé miedo, alargó la mano para pulsar el circuito de
anticolisión y golpeó la palanca del control de velocidad, que fue a dar contra el tablero de
mandos. Esperé dos largos segundos, mientras nos dirigíamos a toda velocidad hacia el
negro coche y luego, me incliné a un lado y así los mandos. El chofer pretendió
retenerlos. Le pegué en la barbilla. Cayó sobre el asiento, con la boca abierta y los ojos
vidriosos, al tiempo que yo asía la autoconducción con una mano y enderezaba el timón.
Estaba en una postura muy incómoda, pero lo preferí a chocar a noventa millas por hora.
El coche de los bandoleros se hallaba sólo a cien yardas..., luego a cincuenta. Torcí a
la derecha, hacia el promontorio que se alzaba a un lado; el otro coche se dispuso a
bloquearme el paso. En el último instante doblé a la izquierda, rocé la parte posterior del
coche negro con la rueda delantera, y conseguí volver a enderezar el vehículo, llevándolo
al centro de la carretera.
 ¡Magnífico!  exclamó Cagu.
 ¡Pero nos perseguirán!  chilló Gope  . ¡Asesinos! ¡Cerdos inmundos!
El chofer había ya abierto los ojos.
 Pasa por detrás de mí  le ordené. Obedeció humilde, y yo me deslicé en su
asiento. Me así a la palanca del acelerador y aumenté la velocidad. Se acercaba otro
viraje. Miré por el retrovisor: los bandidos se estaban aproximando.
 ¡Vamos!  rugió Gope  . ¡Nos hallamos cerca de Bar-Ponderone! ¡Sólo faltan cinco
millas...!
 ¿Qué velocidad llevan?
 No lo sé, pero nos cogerán con facilidad..
Entonces intenté un recurso desesperado. Ante los gritos de Gope, el susto de las
muchachas y el terror del chofer, reduje la marcha, dejando acercarse a los bandidos. No
tardaron mucho en quedar situados a nuestra altura. Empuñé la palanca de aceleración y
el coche dio un salto adelante; el de los bandidos hizo lo mismo. Entonces apliqué el freno
y corté hacia la izquierda. El otro vehículo hizo lo mismo. Lo cual fue un error. Al frenar, el
pesado vehículo perdió empuje, resbalando. Moviéndose lentamente, perdió el equilibrio,
levantándose por el motor y cayendo en medio de una nube de polvo. Luego comenzó a
rodar hasta llegar al borde del precipicio, por donde desapareció al cabo de un instante.
 ¡Por los nueve ojos del Diablo de las Colinas!  gritó Gope, inyectados los ojos en
sangre  . ¡Qué maravilla de maniobra! ¡Él príncipe de loa flautitas es también un rey de
los conductores! Esta noche te sentarás a mi lado en la mesa circular de Bar-Ponderone,
con el rango de un Jefe Conductor de cien latigazos, lo juro.
 Bueno, en realidad esto no fue nada  dije con modestia. Había sido un loco al
intentar derribar a un coche más pesado... pero lo había logrado. Y ahora había
conseguido otro ascenso. Todo iba saliendo bien.
 ¡Y no permitiremos que nadie formule una acusación de asesinato!  continuó Gope
 . No quiero ver castigado a un chofer tan hábil. Os recomiendo a todos que cerréis la
boca sobre lo que acabáis de ver. Consideraremos que esos canallas murieron como
resultado de su propia villanía.
Me di cuenta de que segar una vida humana era todavía un crimen increíble en aquel
mundo & inmortales... porque no se trataba de la vida de un hombre, sino de muchas. El
castigo puede aplicarse a una sola existencia... pero a una sola. En mi caso, una sería
bastante; no tenía más. La verdad era que había corrido con Gope un riesgo aún mayor
que con los bandidos.
La vida en Vallon era una serie de jugadas, pero por lo visto, los oportunistas iban por
delante. Lo mejor para mí era quedarme en el centro y calcular las probabilidades. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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